Si sumamos los libros editados, los artículos y comentarios publicados, más los programas y entrevistas en radio y televisión, sobre el llamado “síndrome postvacacional”, nos daremos cuenta de la notable importancia que se le está concediendo.
Ante esto, nos podemos preguntar el porqué de semejante protagonismo en la sociedad occidental, y digo occidental, porque a un ciudadano de Nigeria, de Ecuador o de la India, no se le ha planteado ningún problema con referencia a semejante cuestión, es más, posiblemente no sepa qué es el “síndrome postvacacional”.
Médicos psiquiatras y de consulta general, psicólogos, y demás especialistas, tienen sus consultas llenas de pacientes, sobre todo en fechas cercanas a la terminación de los periodos vacacionales, buscando el remedio a la ansiedad en la que se encuentran sumidos esos pacientes.
Por si fuera poco, los adultos han trasladado esta ansiedad a sus hijos, por lo que estos se encuentran en un estado de bloqueo ante el inicio del curso escolar, o el reinicio de la actividad escolar después de las vacaciones de Navidad o Semana Santa.
Es natural que ante el reinicio de una actividad, sea laboral o académica, sobre todo si ha transcurrido un cierto periodo de tiempo, se necesite una adaptación paulatina, pero lo alarmante de la situación planteada en este siglo XXI, es que la adaptación está siendo más larga y traumática, con connotaciones depresivas y de estrés antecedente, que exige tratamientos para su solución.
Todo esto nos debe llevar a revisar el planteamiento que realiza nuestra sociedad, tanto en el ejercicio de la actividad laboral y escolar, como al sentido de las vacaciones, necesarias para el descanso físico y psíquico de la persona, así como para lograr un mejor desempeño de esas actividades.
El trabajo no es sólo un medio para conseguir recursos económicos, sino que tiene un sentido mucho amplio, que va desde la realización personal hasta el desempeño de un fin más trascendente, sin olvidar el valor social y las relaciones humanas que lleva consigo. Por todo esto, quien sólo se queda con una visión raquítica y mediocre de su trabajo, seguirá mirando con nerviosismo la proximidad del “temido lunes” como reflejo de sus angustias y temores.
De igual forma, a los niños se les debe transmitir lo positivo de ir al colegio: aprender, jugar, relacionarse con sus amigos, etc. Si en una familia, los padres hablan mal de su trabajo, de su jefe y de sus compañeros, una consecuencia inmediata es que sus hijos vean el colegio como un lugar poco grato, al que se les obliga a ir.