En primer lugar habría que establecer diferencias entre el psicólogo y el psiquiatra, pues no es lo mismo llevar al hijo/a a un especialista o a otro. Los psiquiatras se ocupan del tratamiento de las enfermedades mentales, es decir de aquellos trastornos relacionados con dolencias de tipo mental, mientras que los psicólogos se ocupan del comportamiento humano, es decir de todo lo que compete a los problemas relacionados con esa faceta de la conducta humana, su campo es amplísimo y abarca esferas de tipo conductual, adaptabilidad, carácter, etc. A veces no queda claro a qué especialista acudir, pues determinado comportamiento puede tener su raíz en una cierta discapacidad de tipo mental.
Hoy día no resulta raro oír decir a fulanito: “voy a ver a mi psicólogo, pues no me acabo de relacionar bien con los compañeros de mi nuevo trabajo”. Aunque esto es así, no debemos: ni pensar que nuestro hijo está loco por llevarlo al psicólogo (ni está mal de la cabeza ni nada parecido) y tampoco, ante el menor cambio de carácter o actitud de nuestro hijo, llevarlo al psicólogo. La ayuda de un buen especialista hemos de valorarla en su justa medida, por eso en este breve artículo veremos algunas sencillas pautas para saber cuándo nuestro hijo necesita la ayuda de un profesional de la psicología.
En algunas películas (por ejemplo las de Woody Allen) es normal oír frases de los protagonistas en las que aluden a las opiniones de sus psicólogos.
En este artículo nos centraremos en los niños de 7 a 12 años, teniendo en cuenta el crecimiento psicológico de esos años, que es determinado en gran medida por el desarrollo físico y especialmente del desarrollo nervioso, lo que los especialistas llaman “secuencia del desarrollo”, del que no podemos olvidar el carácter biológico del ser humano, así como su carácter cultural y social.
Se dice que la maduración es responsable de que cada niño, en función de su edad, desarrolle una determinada conducta, por la cual tanto él como los que le rodean “proceden y actúan” de una forma consecuente. Por este motivo resulta entendible cuando se oye decir a algún padre: “a mi hijo le falta madurez”, o al contrario, un profesor hablando de un alumno: “tiene más madurez de la que corresponde a su edad”. Esto es así, pues además de ese desarrollo físico propio de la edad, el ambiente familiar y social, en el que se desenvuelve el niño, influyen notoriamente en su maduración. Para resumirlo en pocas palabras diríamos que la educación (en su sentido más amplio) recibida de parte de sus padres, adquiere para el niño la base más sólida para su maduración personal.
Una madre comentaba a otra, en la puerta del supermercado: “Luis, a pesar de tener 10 años, parece que tiene 7, por lo infantil que es, ¿cuándo madurará este chico?”.
Entre los 7 y los 12 años, estamos frente a unas edades especialmente “atractivas”, por un lado los niños/as han comenzado su vida escolar, con todo un mundo de relaciones sociales, aunque en la mayoría de los casos provienen de guarderías y escuelas infantiles, donde ya han tenido la experiencia de relacionarse con otros niños, pero es evidente que el cambio que observan al iniciar la Primaria es grande, pues entran en una relación más estable y de cierta “rigidez”, donde aparecen más delimitadas las normas y reglas que han de seguirse, tanto por parte del centro escolar, como en las relaciones entre los compañeros de la clase, entre los que empieza a surgir “la pandilla”, de la que ya nos ocuparemos más adelante.
Después de esta introducción, ya es el momento de concretar los motivos por los cuales, los padres deben valorar si deben llevar a su hijo/a al psicólogo:
· Hiperactividad
· Separación de los padres.
· Fracaso escolar.
· El miedo y las fobias.
· La timidez.
· El niño teleadicto, el superdotado, el mentiroso pertinaz, el que hace pequeños hurtos de forma continuada, etc.
· Dejamos al margen a los que se ha detectado un determinado cuadro clínico, a los que corresponde un tratamiento concreto, realizado por especialistas: enuresis (orinarse encima), anorexia, bulimia, autismo, psicosis, epilepsia, etc.
La Hiperactividad es un trastorno de la conducta, caracterizada básicamente por la imposibilidad de mantener la atención en una situación durante un periodo de tiempo razonablemente prolongado. Según algunos especialistas el porcentaje de niños hiperactivos se sitúa entre el 3 y el 7 %, siendo la mayoría varones.
Esta falta de atención de los niños se detecta en el colegio por una falta de disciplina, ponerse en un primer plano de la clase, excesiva actividad motora, continuos movimientos, inmadurez, carácter violento y agresivo algunas veces, dificultades perceptivas en el aprendizaje, cambios bruscos de humor, etc. Por este motivo, en caso de que los padres no lo hayan detectado antes, la información de los profesores es primordial.
Es muy importante tratar la hiperactividad en estas edades, pues en caso contrario se entraría en una adolescencia especialmente difícil.
Los tratamientos de la hiperactividad, dependiendo de su grado de valoración, pueden ser: farmacológicos, educativos y psicológicos (en bastantes casos con una correcta conjunción entre los tres). En muchos casos el acudir al psicólogo es la mejor solución, pues este especialista buscará esa conjunción, dando pautas para fortalecer una relación familiar estable, consistente, explícita y predecible, además de ayudar en el adiestramiento de destrezas sociales y terapias de conducta.
Los padres de Fernando (7 años) estaban un poco desesperados con su hijo, al que calificaban de un “poco” nervioso e inquieto, de hecho lo habían apuntado a un club de fútbol, para que se desfogará. Gracias al consejo de su profesor, lo llevaron a un psicólogo. Ahora, tanto los padres como ese profesor, tienen más información sobre como ayudar en el comportamiento de Fernando.
La separación de los padres constituye lamentablemente hoy en día, un problema creciente en nuestra sociedad, siendo los niños, protagonistas a su pesar.
Este hecho, entre los 7 y los 12 años adquiere una mayor dificultad. Si los niños tienen menos años, son menos conscientes y a mayor edad, de alguna forma su mayor madurez les ayuda a entender más fácilmente el cambio que va a suponer en sus vidas esta nueva situación.
Si se observan en los hijos síntomas como: cambios de humor constantes, ataques de ira, agresividad desmedida, excesiva timidez, mentir cuando antes no lo hacían, problemas en el colegio (malas notas, indisciplina...), peleas con los amigos, etc., todo esto nos lleva a asegurar que ese hijo no ha acabado de aceptar y comprender la separación de sus padres, si a esto se añade el hecho de que sus padres no acaban de “ponerse de acuerdo” en ayudarle a comprender esta nueva situación, y cada uno echa al otro la culpa de lo que ha sucedido, y si además tampoco se puede contar con la ayuda de familiares sensatos por cualquiera de ambas partes (abuelos, tíos, etc.), que sepan ayudar convenientemente al niño que sufre esta situación, la visita al psicólogo resulta imprescindible.
El especialista en psicología infantil hará comprender al niño, en primer lugar que él no es el culpable de esa situación y de que debe aceptar que sus padres no van a volver a vivir juntos, ayudándole a descubrir por él mismo el camino a seguir.
Javier de 9 años (sus padres se habían separado hacía 7 meses), me decía que gracias a la ayuda de un psicólogo, había descubierto que su nueva situación era la mejor, a pesar de no ver juntos a sus padres, pero ya no sufriría más, al presenciar diariamente –como antes- las peleas y gritos de sus padres.
El fracaso escolar constituye hoy día uno de los problemas más generalizados en nuestra sociedad, debido a la excesiva competencia, que a veces los propios adultos, volcamos en nuestros hijos.
De todas formas habría que diferenciar el fracaso escolar de situaciones, más o menos parecidas, pero que no dejan de ser relativamente pasajeras: a veces las notas del primer trimestre son un desastre, motivadas por haber perdido el hábito de estudio durante el verano, también se puede deber a la poca “sintonía” con determinado profesor, al cambio de Primaria a Secundaria, etc. Sin entrar en el Plan de Estudios español, articulado por la LOGSE, si debemos apuntar ciertas luces y sombras, es decir cuando hablamos de fracaso escolar, también deberíamos incluirnos los profesores (por aquello que no hemos sabido transmitir y corregir adecuadamente) y los responsables tanto técnicos como políticos, que en la elaboración de la ley, no han sabido incorporar en toda su justa medida los componentes intelectivos, instrumentales y disciplinares de todos los alumnos.
De una forma resumida, se puede decir que el fracaso escolar se produce cuando el alumno no obtiene los resultados que, de acuerdo a su edad y curso, se esperan de él, y no por tanto no alcanza los objetivos marcados a su nivel (en la docencia se diferencian los objetivos mínimos, fundamentales y de ampliación ó libres).
Los padres de Miguel (de 10 años), me preguntaron muy angustiados por la posible razón de que sus notas fueran tan bajas durante el curso, cuando nunca había tenido problemas de estudio. Al final la razón no era otra que no quería que sus compañeros le llamasen “empollón”.
Si los padres observan que las cosas no van bien en el colegio, deben buscar soluciones, en primer lugar en el propio centro docente, y si durante un determinado tiempo esto no ha sido posible, deben buscar ayuda en un especialista en problemas de infancia.
De todas formas antes de llegar a estas situaciones, los padres han de haber puesto una serie de medidas de simple sentido común, para crear en sus hijos, de acuerdo a su edad, un mínimo hábito de trabajo: una habitación (con su mesa e iluminación apropiada), un sencillo horario, evitar ver televisión y oír música en exceso (sobre todo cuando toca estudiar), interrupciones frecuentes, etc. Hoy día es notoria la falta de concentración de los alumnos, la mayoría de las veces motivada por una falta de exigencia en sus obligaciones familiares y académicas, facilitadas por un constante incremento de tiempo en la visión de programas televisivos. En bastantes casos se ha observado que un mayor cuidado por parte de los padres en estos campos, ha producido una notable mejora en el rendimiento de su hijo.
Los miedos y fobias pueden ser causa en algunos niños de problemas psicológicos. Aunque exactamente no son los mismo, las he agrupado en este apartado, por tener cierta relación, en algunos casos las fobias pueden acabar en obsesiones.
Los casos más frecuentes de miedos y fobias son: la oscuridad, el estar solos, las brujas, el coco, los perros, los truenos y relámpagos, etc.
Se puede decir que todos hemos sentido miedo de algo o por algo, en nuestra infancia (¿quién no ha dormido alguna vez con una luz encendida?), pero cuando los padres detectan que ese miedo de su hijo es muy intenso, incluso llega a convertirse en un verdadero pavor, es aconsejable la visita al especialista.
Antonio de 8 años me contaba que, de vez en cuando, pide a su madre que le deje encendida la luz del pasillo.
Los padres de Alejandra de 7 años, me decían que siempre que hay truenos por la noche, tienen que hacerle un hueco en medio de los dos, pues le falta tiempo para venir corriendo a la cama de sus padres.
La timidez en sí no es un motivo de preocupación, igual que en las personas adultas, hay niños a los que cuesta más relacionarse con los demás. Quien no se ha refugiado detrás de su madre, al encontrase con una vecina.
El problema surge ante una timidez excesiva, que provoca un aislamiento del niño, que puede ser traumático. Los síntomas son variados, pero suele darse: un mutismo para hablar ante personas poco conocidas (a las desconocidas ni las mira), ansiedad que provoca rechazo y a veces la huida, miedo al ridículo, etc.
Según los expertos la timidez puede deberse a factores temperamentales, en otros a casos a una educación excesivamente restrictiva y rígida, pero también puede surgir ante una gran decepción o frustación (muerte de algún ser muy querido).
Alberto de 9 años, durante los recreos del colegio, se quedaba apoyado en la pared, mientras todos sus compañeros jugaban.
CONSEJOS FINALES PARA LOS PADRES
Procurar tener en casa un ambiente estable, no hay nada que dé más tranquilidad emocional a un hijo que la estabilidad y seguridad de sus padres.
Vivid un mínimo de normas familiares, así como un horario: hora de comidas, de estudio, de juegos, de ver programas de televisión, etc., con la flexibilidad propia de un hogar.
Hablad con frecuencia con sus profesores, para que os vaya informando de sus comportamiento en el colegio. Pedidle planes de acción concretos y sugeridles planes a ellos.
Cuando observéis durante un cierto periodo de tiempo que el hijo no está a gusto en el colegio y las notas son malas, algo pasa.
Hablad mucho con vuestros hijos, en muchos casos el problema se detecta antes de producirse.